1CxD02-108 13 de agosto de 2014
Canciones para ablandar la mañana.
© Jorge Claudio Morhain
–¡¡Buenos días, queridos oyentes!! ¡¡Esto es… CANCIONES PARA
ABLANDAR LA MAÑANA….!!, por su Radio Amiga, en el 103.85 de su dial… –Traza un
círculo con su dedo índice, y el operador manda “Esta es la canción… de las
noches perdidas…” Un clásico, en el 103.85 de su dial.
El locutor mete un trago de café en su boca, lo revuelve, lo
traga, se restriega las manos. ¡Carajo, hace frío esta mañana!
– A lo mejor usted es de los que se preguntan cómo puede ser
dura una mañana que todavía tiene el aroma dulzón de las sábanas en compañía,
que preserva el mentolado del dentífrico, que nos envuelve en la nube de
perfume con que avisamos nuestra presencia… Bueno, gócelo, aspírelo, huélalo,
imprégnese de esas blanduras del amanecer. Lo duro aún o ha empezado. Ya
vendrá. Ya vendrá.
Gira la música: Rocky Raccon.
El locutor se toma la base de la nariz con los dedos, como
si quisiese masajear el cerebro. Luego frota sus ojos. Bosteza. El operador
levanta el índice, del otro lado del vidrio.
– ¿Ya está? ¿Ya se limpió los restos de una buena noche? ¿Ya
salió al patio y halló el canario muerto por la helada? ¿Ya descubrió que no
hay presión de gas? ¿Qué, en su casa no hay luz…? ¡No me diga…! ¿No hay más
café? Se acabó el azúcar. El nene sigue llorando. Bueno, ahora no me llore
usted, querida… Ya sabe… (ya sabés) estoy aquí para que tu mañana, tu dura
mañana se ablande, se ablande…
Gira el dedo formando un círculo, y entra “Contigo”, por Nina Pastori. No falla.
Entonces, el locutor se incorpora, sale del estudio, sale a
la calle.
Están solos, en el local vacío de la galería. Ni siquiera se
ha abierto totalmente la reja de entrada. Ellos son el primer programa de la
mañana. Si el locutor fumara, se diría que ha ido a encender un cigarrillo.
Pero desde que se hizo cargo de esta profesión, ni fuma ni bebe. Sale a la
vereda, vacía, casi: sólo la señora Hermes, tan tempranera siempre, que está
pasando la manguera por la vereda. Sí, con este frío.
Respira hondo el aire helado. Traga. Trata de disolver eso
que le llena la garganta.
Camina hasta la esquina. Vuelve, pasando por la casa de
Hermes justo en el momento en que la señora entra a cerrar la canilla. Sigue
hasta la otra esquina. Vuelve.
Cuando abre la puerta, el operador le hace señas uniendo los
dedos de la derecha, le hace señas girando el índice sobre su sien, le hace
señas mostrándole tres dedos y la consola. Tres. Tres discos seguidos.
Se sienta. Espera el fin del tema. Está sonando “Y nos
dieron las diez”. “Y nos dieron las diez”, nada menos. Hace seña con ambas
manos, para significar que pegaba la locución sobre la música. El operador abre
el micrófono.
– ¡¿Festival Sabina, eh?! No hay nada como Sabina para
ablandar una mañana. Para ablandar un corazón. Para ablandar una amargura. Para
ablandar una mina caprichosa. (Pausa: se alarga tanto que el operador interroga
haciendo un círculo con el índice; pero sigue, de pronto) ¡¿Saben, saben qué
pasa, amigos míos?! ¡Que ya no puedo ablandar más mis mañana, ni con Sabina ni
con la puta madre que me parió! Hoy he sido abandonado, se fue mi mujer, mis
hijos, y mi mañana y mi vida y mi futuro
está tan duro que lo vamos a terminar ahora y siempre.
El grito “¡¡NO!!” del operador entró al micrófono, mientras
abría la puerta de vidrio y trataba de impedir que, definitivamente, el locutor
se pegara un tiro.
Sus gritos, los llamados, la sirena, todo eso entró al
micrófono, mientras Sabina apedreaba la vidriera del Banco Sudamericano.
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