1CxD02-119 25 de agosto de 2014
Otro vuelo nocturno
© Jorge Claudio Morhain
¿Hasta cuándo esa sensación de vacío en el estómago, como si
de pronto hubiese un agujero en la parte de abajo y por allí se estuviesen
escurriendo todas las vísceras? Ya debería desaparecer, luego de tantos y
tantos despegues. Se produce cuando llego exigido al final de la pista, cuando
tengo que producir la acelerada brusca y tirar de los controles para que,
finalmente, las ruedas dejen el suelo y la nariz se empine hacia arriba, y
subamos. Siento las ramas rozando la panza, cuando levanto en la pista del
monte. Siento la ráfaga de polvo fino como talco cuando subo por el camino de
las sierras. Siento la sal de las olas, cuando me mando por los acantilados, y
en lugar de subir caigo una fracción de segundo al terminarse la pista y quedar
sobre el mar. Pero, aquí, siempre sube; siempre hay una leve térmica que te
ayuda. De noche, claro, es peor. Salvo cuando despego de un aeropuerto, con
todas las luces legales y la voz del operador de torre que te desea buen viaje.
Pero es muy difícil que despegue de aeropuertos. Es difícil que mis vuelos sean legales, dicho
claramente. Bueno, quizás por eso mismo la sensación que no cesa. También hay
que decir que hoy es un despegue
excepcional. No es que llueva y que el campo esté blando, ya me ha tocado esa,
y tuve que controlar el Cessna que derrapaba y patinaba, jodido, jodido; pero
subí. No es que haya nieve, y se congele el aceite, y haya que dar toda una vuelta
a la pista para recién encarar contra el viento: también despegué. No es que la
pista está muy cerca de los radares y haya que volar a ras del suelo, o fingir
que estamos fumigando; eso ya lo he vivido. No, el tema ahora era entre bandas,
mejicaneadas, esas cosas. No es que a mí me interesara, siempre que no me
afectara a mí o al Cessna. Pero podía haber problemas en el momento del
despegue, y entonces habría que hacerlo a oscuras. Bueno, se suponía que era
una noche de luna. Sólo que nadie calculó la tormenta, que volvió más noche la
noche. No, así no. Los muchachos dijeron que yo hiciera lo que quisiera, que la
merca ya la tenían y que ellos se borraban. Les pedí por favor, entonces, un
relámpago. Sólo un relámpago de luz, una especie de ‘encendimos por error’, y
acaso se confundiese con los relámpagos de en serio, del cielo. Resoplaron,
pero accedieron. Se fueron casi todos, y se quedó uno en moto. Arranqué el
motor: joya. Entonces bajó la palanca y la levantó. Vi las luces que marcaban
la pista, y se quedaron dentro de mí, como en negativo. Aceleré a fondo y lo
solté, esperando la marca con la palanca aferrada. Ya. Ya. Ya. ¡Ya! Brrruuum…
Esa sensación hermosa de que el mundo entero se inclina por debajo de uno. Y,
qué cosa, no estuvo la sensación de agujero en el estómago. No estuvo mientras
despegué perfectamente, en medio de la selva tucumana. Pero cuando se encendió
el reflector reapareció, y más fuerte que nunca. Las bandas no tenían
reflectores. Gendarmería tenía reflectores. Torcí la palanca a la izquierda,
como para un vuelo de campana, y rocé de nuevo la copa de los árboles, Crucé la
pista oscura a todo gas, y tiré hacia atrás para que, del otro lado, saltara al
cielo.
Balas. Balas trazadoras. Gendarmería está usando balas trazadoras, que dejan une estela, como un
misil. Balas trazadoras.
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