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El último
© Jorge
Claudio Morhain
El último
hombre en la Tierra estaba satisfecho. Había estado explorando las
posibilidades mineras de un profundo agujero en el Ñuñorco, y eso lo había
salvado del gigantesco estallido que acabó con todo artefacto eléctrico, y de
la nube de peste de diseño que había
matado todo ser vivo. Lo supo porque su cámara tenía la batería cargada y pido
reproducir las filmaciones de las cámaras de seguridad ya inútiles. El último
hombre sobre la Tierra había recorrido durante años los inmenso Valles
Calchaquíes, que alguna vez dominaron los Quilmes. Durante años, había
inventariado lo que quedaba: alimentos en envases herméticos, maquinas
manuales, ropa, vehículos de pedal (bicicletas y triciclos) Si no le erraba la
cuenta, debía andar ya cerca de los setenta, y hacia cerca de treinta que
estaba solo. Solo. Solo.
Los
aviones de nueva generación conseguirían, por fin, penetrar el espacio aéreo de aquellas burbujas
residuales, donde no habría nada vivo.
Nadie
imaginaba encontrar al Último Hombre sobre la Tierra.
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