1CxD02-118 23 de agosto de 2014
De las variantes de la paz
© Jorge Claudio Morhain
Juan nació en el pueblo, en Máximo Paz. El pueblo, entonces,
tenía 8 x 8 manzanas. Hoy, como sesenta años más tarde, tiene más o menos 25 x
25, y en crecimiento. Juan vive en una casa amplia, con parque. Lo separa de la
calle de tierra un alambrado y un cerco vivo, y en el frente tiene un muro
bajo. A su alrededor hay árboles donde hay concierto a diario, desde el
amanecer hasta la noche, pájaros de todas formas y colores, desde colibríes
hasta grandes chimangos, Garzas, gorriones, carpinteros de cabeza colorada,
cotorras. Tiene varios perros ladradores y paz, una paz inmensa, que ni
siquiera alteran las cumbias domingueras de los vecinos, porque la paz puede
milagros.
Pedro se mudó hace poco. Parece que viene de Buenos Aires.
Compró una casita que siempre fue de fin de semana, común y humilde, en el
centro. No conocemos a Pedro. Nunca hablamos con él. En realidad, no sabemos si
vive allí o sólo cercó su casa, su terreno. Construyó un muro macizo de cuatro
metros de alto. Sí, cuatro metros de alto. Puso un portón de chapa y los
agujeros que quedaban los tapó con chapa más fina. Es posible que Pedro tenga
jardín: nadie lo ha visto. Puede ser que las aves recorran su casa. Nadie lo
sabe. ¿Qué esconde Pedro? Quizás sólo su profunda ignorancia. Quizás cualquier
otra cosa, la imaginación es libro: puede tener una cocina de drogas o un
espacipuerto en miniatura.
Ah, sí, la casa de Pedro es pacífica. Nunca se oye nada, ni
se ve nada. Igualito que el pabellón de nichos, en el cementerio.
Esta reflexión se basa en hechos reales. Creo que voy a
incluir en el “city tour” el paredón de cuatro metros.
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